Cómo Defender Nuestras Raíces Lingüísticas Como Escritores: Escribiendo Bien y Sin Perder al Lector

Ser escritor en un idioma que se bifurca en tantas variantes es como caminar por una cuerda floja. Cada paso puede llevarte desde un «me encantó cómo lo dijo» hasta un «¿qué demonios quiso decir aquí?».

Entonces, ¿cómo mantenemos nuestra voz auténtica sin que el lector termine buscándonos en Google cada dos párrafos? Vamos a destripar esto con calma, y aprender a escribir con estilo, claridad y, lo más importante, sin perder al lector en el camino.

Primero, lo primero: tu español es válido, no importa si eres de México, Venezuela, Argentina o cualquier rincón hispanohablante. Ya no estamos en tiempos coloniales, así que el panhispanismo lingüístico nos respalda y nos dice clarito que todas las variantes regionales son correctas. Esto significa que tienes el pase libre para usar esos modismos y expresiones que te hacen sentir en casa sin miedo a que alguien te tache de «incorrecto».

Pero, cuidado: no todo el que te lee va a estar familiarizado con tu estilo local. Aquí es donde tenemos que ser astutos como zorros. No es cuestión de limitarte, pero sí de usar tus armas estratégicamente.

Es natural escribir usando el vocabulario de tu región, pero recuerda que no todo el mundo entiende lo que tú consideras obvio. ¿Te critican por usar “chamo” en vez de “niño” o “muchacho”? ¡Tranquilo! Ahí es donde entra el contexto como tu mejor aliado. Usa la palabra, pero dale al lector las pistas necesarias para no dejarlo en las nubes.

Otra buena táctica son las notas al pie o un glosario al final del libro. Si sientes que estás llenando el texto de palabras locales que pueden confundir, un pequeño glosario salvará a tu lector sin romper el ritmo de la lectura. ¡No te pongas tímido!

Ah, el eterno dilema del escritor: ¿hasta dónde puedo tirar de mis raíces sin que me digan que estoy escribiendo un manual de jerga local? Lo cierto es que debes encontrar el equilibrio entre ser fiel a tu estilo y ser comprensible para un público más amplio. Porque, seamos honestos, un libro no está escrito para que lo entienda solo la gente de tu barrio, sino para que todos lo disfruten.

La clave es el balance. Usa tus expresiones locales, pero no hagas que el lector se sienta como si estuviera descifrando un acertijo. Si tu público es internacional, usa un lenguaje que sea lo suficientemente claro para que todos se sientan incluidos, sin sacrificar tu autenticidad.

Si estás apuntando a un público más global, quizás quieras optar por un lenguaje un poco más neutro, uno que conecte fácilmente con cualquier lector. Esto no significa traicionar tu voz, sino ampliar el alcance de tu historia.

Escribir no es solo poner palabras bonitas en una página, es comunicación pura y directa. Si tu lector está más tiempo buscando en Google qué significa lo que acabas de decir, adivina qué: lo perdiste. Pero esto no significa que tengas que barrer con tu personalidad ni convertirte en un robot.

Aquí van algunas tácticas para que tus libros fluyan sin problemas, manteniendo tu esencia:

No digo que no los uses, pero asegúrate de que el lector los entienda por el contexto o con una pequeña explicación. No le pongas barreras innecesarias.

Un par de palabras locales pueden darle sabor a tu texto, pero si cada dos líneas aparece algo incomprensible, el lector se sentirá perdido.

No trates de sonar excesivamente formal o técnico. Un estilo conversacional es más cercano, más fácil de digerir, y evita que el lector sienta que está en una clase de gramática.

Si vas a introducir una palabra importante para la historia, no dudes en darle un contexto o explicación. Esto no interrumpe el flujo si lo haces bien. Al contrario, enriquece la lectura.

Antes de publicar, pide a lectores de diferentes países que te den feedback. Esto te dará una visión más amplia sobre si alguna palabra o expresión se siente confusa o desconectada.

Escribir bien no es sinónimo de sonar como un profesor de lingüística. Es saber contar tu historia de manera que cualquier lector pueda entenderla y, más importante aún, disfrutarla.

  • Adapta el lenguaje a tu audiencia:

Si tu público es general, usa un español más neutro. Deja las florituras para cuando realmente tengan impacto.

  • Cuenta historias claras:

No te enredes en palabras complicadas solo porque suenan elegantes. La simplicidad es más poderosa de lo que crees.

  • Evita oraciones eternas:

Creer que los párrafos larguísimos te hacen parecer más listo es un error. Oraciones claras y directas son la clave para no confundir al lector. (En los libros de no ficción).

  • Cuida las muletillas:

Revísalas y asegúrate de que no estén recargando innecesariamente tu texto. ¿Realmente aportan o solo llenan espacio?

  • Revisa tu ortografía y gramática:

Puede parecer obvio, pero es crucial. No hay excusa para ignorar las normas básicas.

Las 23 academias de la lengua no están ahí para censurarte ni cortarte las alas. Están para ayudarte a escribir mejor y con más herramientas. Si alguna vez te asaltan las dudas, el Diccionario Panhispánico de Dudas está ahí para resolverlas. No hay excusas para no consultar fuentes confiables.

Como escritores, queremos conectar con nuestros lectores, hacerlos sentir, pensar y, por qué no, reír o llorar. Para lograrlo, necesitamos ser claros. Usa tu estilo local, claro que sí, pero hazlo de forma inteligente. No pierdas tu voz, pero tampoco te encierres en un rincón incomprensible.

Así que la próxima vez que alguien te critique por tu forma de escribir, recuérdales que el español es un idioma global, lleno de variantes, y que todos tenemos derecho a usar nuestra voz. ¡Que viva la diversidad lingüística!

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