Relato corto: Dentro del Lago de Kassfinol

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Título: Dentro del lago

Autora: Kassfinol

Todos los derechos reservados.

Género: Drama

—¡Necesito que vengas acá! —Escuché el grito del hombre que últimamente me asustaba con solo verlo llegar— ¡Milagros, maldición! ¡Qué vengas acá! —Insistió aún más enérgico.

Corrí tropezándome con todo lo que tenía a mi paso, no quería hacerlo esperar más.

—¡¿Eres sorda?! Sí, claro; aparte de incompetente y estúpida, eres sorda— gritó mi esposo frente a mí. Teníamos cinco años de casados, el maltrato siempre existió,  pero desde hace veinticuatro meses había comenzado mi calvario. Miré hacia un lado, y me distraje viendo mi reflejo en el vidrio de una estantería, tenía un ojo completamente cerrado por la hinchazón y un raspón en mi mejilla derecha.

—¡Mírame estúpida! —gritó provocando que brincara un poco por lo exaltada que estaba. Tenía miedo, lo sentía en todo mi cuerpo. Hasta la manera de respirar cambiaba cuando lo tenía en frente.

—Dime —musité mirando hacia donde estaba él, pero no lo miré a la cara sino más bien dejé la mirada clavada en dirección al suelo. No sé qué era más doloroso, si sentir cada uno de sus golpes o mirarlo y recordar todos esos momentos hermosos que vivimos.

—Me debo ir y no sé cuándo volveré, aunque creo que no debería darte explicaciones —se acercó hacia mí, y me haló por un brazo con mucha fuerza, inclinándome sobre la cama.

—¡Suéltame no me iré, te lo juro! Déjame encerrada, pero por favor no me amarres —le supliqué.

—No, la última vez no fue eso lo que me demostraste, no permitiré que te fugues —siguió halándome, apretando cada vez más fuerte mi brazo, si me movía de forma brusca podría partírmelo de nuevo.

—Mario, por favor… no sé cuándo vienes… necesitaré comer, beber agua… asearme.

—Eso es algo que no me interesa —me haló por el cabello, provocando que gritara por el fuerte e improvisto dolor que me causó.

Los últimos maltratos habían sido insoportables, quería escapar, en eso, él no se equivocaba. Necesitaba irme, dejar atrás todo aquello. Pero desde que fui descubierta por Mario el día que quería escapar… hace veinticuatro meses, este me amarraba cada vez que debía salir, no importa si se tarda uno o cinco días.

Él me dejaba amarrada junto a la cama, con una cadena gruesa que me era imposible romper, me dejaba agua y comida… y como los animales, terminaba haciendo mis necesidades a un lado del lugar donde estaba amarrada. 

No tenía quién me defendiera, ya que soy un inmigrante en este país. Vine como todas las latinas a querer tener una vida mejor, aquí en los Estados Unidos, y me encontré con el que creí, sería el amor de mi vida; pero terminé siendo secuestrada por un desgraciado que vivía para maltratarme. No estaba en contacto con nadie, en cuanto nos casamos, abandoné a las pocas amistades que tenía y nos mudamos cerca del lago Erie, en Cleveland Ohio.

Mario me volvió a golpear, para que dejara de suplicarle, mientras me llenaba de insultos. Como pude me solté de su agarre y empecé a gritar con todas las fuerzas que me quedaban:

—¡Auxilio, alguien que me ayude!

—¡Cállate! Nadie te va a escuchar estúpida ¿se te olvidó que estamos en el medio de la nada?

Histérica, cuando estuvo cerca de mí, le golpeé la nariz. Se distrajo con el dolor, tapando su cara con sus manos. Aproveché y le quité las llaves que tenía medio acomodadas en el bolsillo de su pantalón. Pateé su entrepierna para ganar más tiempo y poder correr hacia la puerta principal. 

Las manos me temblaban y por más que intenté ser rápida, y abrir la cerradura no pude hacerlo, hasta que vi a Mario correr hacia mí. En cuestión de segundos abrí la puerta y salí de mi cárcel… de ese lugar que una vez pensé que sería mi hogar, pero se convirtió en un sitio de torturas físicas y psicológicas.

Corrí hacia el área boscosa en donde vivíamos, necesitaba desaparecer de su vista, esconderme y evitar que me encontrara.

—¡Milagros! —escuché los gritos de Mario a lo lejos— ¡Milagros ven acá! —a pesar de que corría con todas mis fuerzas, sentía a Mario cada vez más cerca de mí. Él conocía este lugar mejor que yo. Corrí aún más rápido, desesperada, no vi que había una trampa para lobos en el camino y sin previo aviso, tropecé con ella y no pude evitar que se cerrara con una fuerte presión entre una de mis piernas. El dolor hizo que gritara como jamás lo había hecho.

—¡Ahí estás desgraciada! —escuché el grito burlón de Mario.

Desangrándome, como pude, intenté caminar; pero fue en vano. El mundo me daba vueltas y perdía por segundos la visión. Luego de unos minutos agonizantes, tenía a Mario frente a mí sonriendo, con un cable en su mano.

—¡Creo que ahora con esa pierna así, ya no me sirves!

Las palabras las escuchaba a lo lejos, a pesar de tenerlo tan cerca. Estaba aturdida por el fuerte dolor.

—Voy a deshacerme de ti —Mario, pronunció las palabras y sentí el miedo meterse hasta en mis huesos.

—No, Mario, por favor te lo suplico —rogué con lágrimas en los ojos.

—Lo siento, tu cuerpo ya no me atrae y ahora con esa pierna así destrozada, me serás aún más indiferente, me tienes aburrido y cansado —susurró con lentitud,  a medida que le daba vueltas al cable alrededor de mi cuello.

—No, por favor… no —intenté hacerme escuchar, pero fue inútil, Mario apretaba cada vez más y más. Como podía intentaba respirar, daba manotazos desesperada y cuando tenía una oportunidad sostenía grandes bocanadas de aire.

—Supongo que es así, como este falso matrimonio, llega a su fin —las palabras me confundieron.

—¿Qué, qué dices? —gesticulé a pesar de que ya ni podía respirar.

—Sí querida… hoy me iba porque tenía que ir a casa de mi verdadera esposa, ya no tengo por qué seguir engañándote… así que… nos vemos en el infierno.

Enterarme de todo aquello, acabó con todas las ganas que tenía de vivir… y el rostro de Mario fue lo último que logré ver antes de sumergirme en una temporal oscuridad.

Fue así, como desde hace setenta y cuatro años, recuerdo día y noche, el cómo fueron mis últimos minutos de vida. Contemplando el lago Erie, donde Mario hundió mi cuerpo después de estrangularme… esperando que llegue alguien y me encuentre… para así poder descansar en paz.

Kassfinol

La muerte no es sinónimo de paz, es solo un simple comienzo donde una y otra vez sufres y aprendes a ser feliz. 


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