Capítulo 19 (Angineé)
—Al fin has despertado desgraciada, a pesar de que no te ha dado la gana de abrir los ojos sé que estás despierta, puedo sentir las aceleraciones de tu corazón cuando te hablo. Sinceramente estoy ansiosa por golpearte. Pero dejaré eso para cuando Lonhard llegue. Déjame decirte que el juego se pondrá muy divertido. Por cierto, no conseguí nada para aliviarte el dolor así que listo, puedes seguir sintiéndolo. Tampoco es que me importa mucho tu situación —me recorrían escalofríos cuando escuchaba hablar a Dala.
Respiré con calma para darme cuenta que mis pulmones no me dolían. Mi cuerpo en general se sentía mucho mejor por la ayuda de ese ángel, pero algo en mi cabeza me decía que aparentara tenerlo, que disimulara el alivio y eso mismo haría. Aunque desde que me desperté he intentado mover las piernas, pero no las siento.
Abrí mis ojos para observar que Dala estaba sentada a unos cuantos pasos de mí. Tirada en el suelo y sin poder mover mis piernas, definitivamente tenía que aceptar que seguía en desventaja ante ella.
Esta situación es un asco. No sé cómo podré salir de esta —pensé—, sólo Dios sabía lo mucho que habría querido que al despertar ella no estuviese aquí o que su partida le hubiese dado más tiempo al ángel para que me curara.
Me armé de un poco de valor. Debía restarle importancia a todo este asunto. Jugar un poco a la psicología inversa.
—¿Qué quieres? Sabes qué Lonhard no vendrá, él no me ama, todo esto que estás haciendo es en vano. Él en definitiva no vendrá. Te lo aseguro —le expuse, gracias a Dios no me dolió ni un poco la garganta al hablar.
—Eso es lo que tú crees —respondió despectivamente Dala, colocando sus ojos en blanco luego prosiguió diciéndome—. Estoy segura que vendrá. ¿Sabes una cosa? Aún estoy decidiendo si debe encontrarte bien muerta o si te asesino delante de sus ojos. La gracia de todo esto es que él se convertirá en un muerto viviente, pues hasta donde sé, él jamás podrá sentir con nadie. Será siempre desdichado.
Dala soltó una carcajada, levantándose de la silla para caminar hacia una de las ventanas de la habitación. Parecía que detallaba el paisaje. Entonces continuó diciéndome.
—Para que te enteres ya lo he pensado mejor. Si él no te busca, correrá con las mismas consecuencias. Así que mi plan original de vengarme de él es perfecto. Da igual con que vea tu cadáver o presencie tu muerte… Estoy siendo algo melodramática. Digamos que en el infierno todo esto es como una película dramática —mientras ella hablaba yo miraba a mi alrededor. De repente me enfoqué en la ventana que estaba de espalda a Dala. ¡Sorpresa la mía! Ahí estaba Sofía asomada. Me hizo un estúpido saludo de… Hola… con una de sus manos. Entonces me obligué a mirar hacia el piso para ocultar mi asombro.
¿Qué hacía Sofía aquí? ¡Oh, mi Dios! Si Dala se daba cuenta de que ella estaba aquí también la asesinaría. Lo sé. ¡Esta imprudente de Sofía siempre actuaba sin pensar!
Las palpitaciones de mi corazón se pararon de golpe. Cuando la demonio dejó de hablar y se dio la vuelta. Empezó a oler el aire y de repente frunció el ceño.
Mierda ya sabe que Sofía está aquí.
—Hay una humana cerca. Puedo jurar que huele a la puta de tu amiga Sofía, esto será una matanza doble entonces porque estando lejos de su tía si podré acercarme y asesinarla. Todo esto se está poniendo más a mi favor. Una vez que logre mi cometido seré muy popular en el infierno —su rostro estaba muy sonriente.
Mientras decía eso caminó hacia mí, para golpearme en el rostro con fuerza. Luego, soltó una fea carcajada. La muy perra golpeaba muy fuerte, escuché como crujió mi quijada con el golpe seco que me propinó.
Esta infeliz está de manicomio.
—Déjame decirte algo. ¡Te has equivocado! Tu Lonhard ya está aquí, lo acabo de sentir. Así que ya sabes: estás a punto de morir. Aunque se me ha ocurrido una mejor idea: Primero, vamos a jugar al escondite —esto último me lo susurró al oído con un tono siniestro.
Terminando de decir eso me abrazó, desmaterializándose en el sótano de la casa. El lugar lo conocía perfectamente. Aquí guardaba Amelia todo aquello que no quería desechar. Era muy encariñada con sus cosas. Antes de desechar algo terminaba regalándoselo a alguien cercano. Siempre decía que: lo que para uno no era útil, para otra persona sí.
Dala me sacó de mi rara divagación, agarrándome por la camisa me alzó sin ningún esfuerzo y me arrojó contra la pared. Seguidamente me volvió a sostener, pero esta vez hizo que mi espalda chocara contra el techo del sótano, para así caer sin ninguna comodidad sobre el suelo, sentí como mis órganos ardían de dolor.
¡Todo esto era imposible! Ya estaba de nuevo como al principio, como hace unas horas sintiendo tanto dolor. Intenté levantarme con mis manos, pero una ola de nauseas me abrumó y empecé a vomitar sangre.
—¡Listo! Con esta pequeña golpiza., No podrás ni gritar. Ya sabes cuál es el chiste del escondite. ¿Verdad? Igual te lo diré: la idea es que no te encuentren tan rápido. Así que desgraciada haz silencio. Pronto regreso para hacerte compañía —Dala desapareció ante mí.
Tenía razón, no podía ni gritar, estaba muy mareada, el dolor me venía en constantes y fuertes olas que nublaban mi vista, de repente empecé a escuchar el sonido de cómo se partían y caían objetos arriba de mí, es decir dentro de la casa.
Yo estaba concentrada en el feo dolor que cada vez me hacía respirar menos.
—Mi Dios —supliqué— No quiero morir. No, así.
De repente el ángel que antes se me había aparecido, estaba de nuevo frente a mí.
—¡Ay, Angineé! Me castigarán por esto, pero no puedo verte morir. Lonhard, no llegará a tiempo aquí. Así él logre matar a esa pobre mujer condenada, de nada valdrá todo lo que ha pasado si tú mueres —el tono en que habló fue profundo, lento, lleno de pesar: el ángel me miraba con lástima, pero la verdad no me importaba, no podía dejar de ver esos profundos ojos azules. ¡Por Dios, era hermoso!
—¿Por qué me dices todo eso?
—Luego lo entenderás, toma esto —respondió colocando en mi mano un pequeño puñal, lo observé toda embobada como brillaba, parecía que resplandecía a poca luz, se veía delicado y a la vez tan hermoso. El ángel me sacó de mis pensamientos hablándome con una potente voz, podría jurar que hasta se detuvo el tiempo, porque mientras lo hacía no pude respirar y sentí un grandísimo poder que emanaba de él—. Es el puñal del Arcángel Miguel, fue forjado con los distintos metales del plano terrenal, ligado a las purezas y poderes más fuertes del plano celestial y fue enfriado en agua bendita. Este instrumento matará a esa demonio sólo con atravesarla, no importa el lugar de su piel, tampoco si la herida es muy superficial. No dejes que te lo vea ¡Apuñálala y vivirás!
—¿Cómo? No entiendo —murmuré toda confundida, no comprendía nada de lo que me había dicho.
—¡Hazlo! Debo irme. Cuando termines vendré por el puñal, ya no puedo seguir interfiriendo. Todo esto se volverá un problema para mí —el ángel sonrió y desapareció ante mí.
Sólo Dios sabe cómo esa sonrisa me llenó y me calmó dándome tanta seguridad.
Agarré aire con fuerza, repasando lo que me había dicho el ángel, la situación no era complicada. Según entendí sólo debía rozarla con el puñal. Aunque si tenía la oportunidad, le atravesaría el corazón a esa grandísima perra. Me llené de coraje apartando el horrible dolor que sentía. Sostuve fuertemente el puñal en mi mano, lo escondí debajo de mis ensangrentadas ropas, a la altura de mi cintura; noté que el puñal tenía una temperatura algo elevada. Parecía palpitar, como si tuviese un corazón. Definitivamente tenía algo de los cielos en mis manos. No dejaría que nadie lo viera. Haría exactamente lo que me había pedido el ángel.
No puedo desmayarme o dormirme —pensé—, sino, Lonhard caerá dormido también, debo mantenerme despierta.
En eso escuché un grito desgarrador. Mi corazón se sobresaltó. Porque reconocí que era un grito de Lonhard.
—¡Mi Dios! —susurré— No dejes que los lastimen por favor, no permitas que muera, no me lo quites… te lo suplico —terminé diciendo entre lágrimas; todo era muy increíble, era un hecho que cuando uno se enamoraba era el último en enterarse. Ahora ya entendía por qué pedía por él de esta forma. Tengo que aceptar que estaba enamorada de él.
En eso abrieron la puerta del sótano, la que daba al fondo de la casa de Amelia, para mi sorpresa era Sofía, ella entró desbocada, corriendo hacia mí, estaba también llena de sangre, claro, no tanto como yo, pero su rostro y camisa lo estaban, ella me ayudó a levantarme diciéndome:
—Dios mío. Angi estás gorda… a ver si te pones en una dieta después que pase todo esto.
—¡Desgraciada! Tú siempre de indiscreta.
—Vamos. Sólo fue un chiste, mejor reza para que no te mueras. Antes de venir, mi tía me dijo que tenías todos los órganos lacerados, sinceramente no entiendo cómo es que aún respiras.
—Un Ángel me curó —le confesé, sé que la situación parecía de locos, pero tampoco es que tenía una mejor explicación. Ella tenía razón, en pensar que a estas alturas debería de estar muerta. Si no hubiese sido por la ayuda de ese ángel estaba claro que para este momento ya no estaría respirando.
Sentí como a Sofía se le erizó la piel y mirándome asombrada me preguntó:
—¿Quién? ¿De qué ángel me hablas? No me digas que ese desgraciado vino a ti. Ese Ángel que se lleva a la gente muerta. ¡No puede ser! Tiene que ser, pues estabas entre la vida y la muerte cuando tía te rastreó, de hecho, era imposible de determinar si en esos momentos estarías aún con vida… ¡Pero lo estás!
¿Sofía balbuceando? Deben ser los nervios. Además, ¿a qué se refiere con todo eso que acababa de decirme?
—¡Vamos Sofí! ¿Qué dices? No creo que él se lleve a la gente muerta. Por el contrario, sólo me ha estado ayudando. Debe ser otro tipo de ángel. No sé. Tampoco es que me la pase de cabeza en la iglesia para estar enterada de todo ese meollo de los ángeles. Por cierto. ¿Cuándo coño tú viste un Ángel? ¿Por qué no me dijiste? —le pregunté a Sofí.
—Larga historia amiga. Larguémonos rápido de toda esta mierda —Sofía intentó alzar mi cuerpo, pero terminé diciéndole:
—No… No, me iré. Me quedaré aquí —le contesté con mala cara, soltándole la mano que ya tenía sobre mí. Para caer en el suelo de golpe. Sofía rápidamente me sentó y mirándome a la cara me dijo:
—Ok. Bien, mujer maravilla. Entonces esperaremos a tu amado o a que el puto Ángel ese te lleve. Una de dos. Ah, no, no, ¡Tienes razón! Mejor nos quedamos… ya que sinceramente quiero devolverle el golpe a la perra esa. Sí que me dio durísimo —Sofí se tocó la mejilla.
Ahora entendía el por qué toda esa sangre. Dala también la había golpeado, era evidente porque el hambre de venganza de Sofía se había despertado.
—Cómo tú quieras, lo único que te diré es que yo esperaré por Dala aquí —a pesar de tener el cuerpo todo inerte y pesado, aún tenía fuerzas para verme seria y amenazante.
Sofía sólo asintió, me recostó contra la pared para que así ambas estuviéramos sentadas mirando hacia la puerta del sótano.
—¿Qué huele así? —preguntó Sofía.
—¿Lo hueles? Ese olor a mar ¿En serio lo percibes? —le pregunté.
—Sí, así mismo. Huele a mar. Pensé que mi cerebro empezaba a jugarme una broma —concluyó Sofía.
—Es el ángel Sofía. Es el olor que deja cada vez que aparece.
—¡Qué coño me dices! Oh, mierda. Me largo de aquí. Entiende algo Angi y no te vayas a reír: ¡les tengo fobia! Uno de ellos se llevó a mí madre… yo lo vi… oh, no, no, definitivamente me largo de aquí —de repente Sofía guardó silencio, sonrió y luego agregó—, pensándomela mejor, lo golpearé en cuanto lo vea. No permitiré que te lleve, va a tener que pasar sobre mi cadáver —Sofía cuadró los brazos en son de pelea. Se veía demasiado decidida.
—Deja toda esa mierda, tú no golpearas a nadie y mucho menos a él. ¿Acaso no respetas Sofía? —le pregunté apretándole el brazo y halándola hacia mí.
En eso el ángel se apareció delante de nosotras y dijo:
—Traeré hacia ustedes a la pobre mujer que te raptó Angineé, con ella también vendrá Lonhard, necesito que la elimines de una buena vez; pues, Lonhard ha tardado en hacerlo. Si esto se sigue aplazando la que morirá serás tú y todo lo que se ha hecho será en vano.
Cada vez que lo veía me daba la impresión que el ángel era más hermoso.
Miré a Sofía para darme cuenta que tenía los ojos como platos, su boca entreabierta, con la piel blanca como el papel. La vida era injusta, tenía el mismísimo puñal de un arcángel en mi poder y no tenía una puta cámara para fotografiar la estúpida cara de Sofía. Este era un momento Kodak que jamás volvería a suceder —pensé sonriendo, pero una fuerte oleada de dolor me llenó. ¡Mierda, el ángel debía de tener razón! Cada vez mi malestar era más insoportable.
Le moví el brazo a Sofía para que reaccionara, la misma pestañeó y cerró rápidamente la boca.
—¿Quién eres? —le preguntó rápidamente Sofía al Ángel.
Al ángel parecieron brillarle los ojos, cuando escuchó a Sofía hablar, pero a los segundos le dijo:
—Soy el Ángel de la obediencia, aunque creo que acabo de perder ese título —con esa respuesta terminó desapareciendo de nuevo.