Capítulo 8 (Angineé)
¡Magnífico! Nueve de la mañana y ya voy de regreso a casa. Tatatatán. ¡Despedida! Qué éxito para Sofí. Ahora puedo decir que, definitivamente, ella logró arruinar mi vida. Conclusión de todo esto: más tiempo para volverme loca, sola en mi casa, pensando, con un demonio acechándome a tiempo completo porque ya sabe dónde vivo.
Llamaré a Sofí para decirle que este mes me pagará las cuentas, que no piense que pasaré necesidades mientras no tenga trabajo porque todo esto es su condenada culpa. Ahora sí empiezo a sentir una oscura necesidad de golpearla ¡Juro que lo haré!
Busqué el celular en mi bolso mientras caminaba por la avenida. Mi lugar de trabajo está algo lejos de casa, pero quise caminar para pensar. Necesito distraer la mente.
Marqué el número de Sofía sosteniendo el celular sobre mi oreja. Escuché varios tonos de repique y cuando pensé que se caería la llamada Sofía contestó:
—Hola…
—Hola, Sofí. Soy yo.
—Ya sé que eres tú, tonta. Dime ¿Por qué la llamada tan temprano? ¿Alguna emergencia?
—¿Temprano? Son pasadas las nueve de la mañana.
—Para mí es temprano, Angi, ¿Qué quieres? —¿Estaba molesta por mi llamada? En realidad, eso no me interesaba.
—¿Qué quiero? —dije alargando la palabra y continué diciendo— ¡Me despidieron! Y antes de que me digas algo, me pagarás las cuentas porque todo esto es tú culpa.
—Bien, ¿Qué más quieres? —me preguntó rápidamente, como era su costumbre. Siempre tuvo una capacidad asombrosa para no reconocer sus errores, mucho menos asumir las consecuencias de ellos.
Mi cara era un poema, el mal humor me dominaba y razones tenía para estar molesta. La verdad imaginé que sería más difícil convencerla.
—No quiero nada más. ¡Sólo que devuelvas el puto tiempo para que así me regreses a mi vida normal, sin demonios detrás de mí! —le grité con todas mis fuerzas. Pero su excesiva tranquilidad terminó por ponerme histérica.
Sofí sabe cómo sacarme de quicio en cuestión de segundos.
—¿Cómo? —se exaltó Sofía.
Creo que ahora la muy estúpida si se despertó. Luego siguió diciendo:
—¿Te tocó el demonio, Angi? ¿Estás segura? ¡Qué injusta es la vida! Espero no me toque el baboso ángel porque no me imagino corrompiéndolo o persuadiéndolo para que me toque, ¡Qué afortunada eres, Angi! —el chillido de felicidad casi me provoca un derrame cerebral por la molestia que me provocó.
¿Afortunada?
—Sofí te juro que si te acercas por mi casa te arrancaré los ojos.
Escuché una carcajada.
—¡Angi, cállate! No te pasará nada, deja el estrés, ¿y sabes qué? Déjame en paz. Empiezas a fastidiarme con tu bendita psicología de que todo tiene que ser normal y equilibrado para estar feliz.
—¿Tú qué piensas? ¿Qué hay que tener la vida hecha un caos para poder ser feliz? ¿Acaso disfrutas destruirles la vida a tus amigos? —le repliqué levantando el tono de la voz. Miré a los lados mientras le gritaba, obviamente la gente que caminaba a mi lado me miraba como si estuviera loca.
—Ahí estás con lo mismo. Sí, bien amiga del alma, te pagaré las cuentas, dinero es lo que me sobra. Ah, si te importa o te interesa saber sobre Amelia, ella está en España. Me envió un e-mail ayer en la noche, por eso no respondía las llamadas. Bueno, sinceramente no pasé por su casa, lo olvidé. Busqué mi carro y me vine a dormir. Aunque nada de eso importa; lo importante es que ya sabemos que Amelia está bien.
Me desconcertó enterarme de eso, pero estaba demasiado molesta como para dejar de ser irónica.
—¿Amelia en España? Qué raro ¿Sin decirnos? Bueno, con tal de que no esté en el plan de mentirosa como en el que te la pasas tú.
—Cálmate, Angi ¿No recuerdas que con ella no hemos hablado? Ella no está enterada de nada. Además, imagino que todo eso fue de improviso. Ella está bien ¿o no? Y lo que es más importante: seguiré durmiendo.
—Ok. Chao, Sofí. Ah, por cierto, no colgaré sin antes decirte que espero te maten en una de esas pesadillas —le dije en tono irónico, pero no pude evitar unas cortas risas.
Sofía soltó una carcajada y con tono sádico me dijo:
—Si me matan en la forma que estoy pensando entonces sí, por favor ¡Qué lo hagan! Pero muy lentamente.
Está pasada de ninfómana.
Empezamos a reírnos, sus malos chistes siempre alivianaban nuestras discusiones. Aunque siempre actuábamos como nenas malcriadas cuando estábamos juntas. Era bueno mantener nuestro niño interior, exagerado y activo, sin escatimar en lo bueno o malo, no teníamos que disimular ni filtrar lo que pensábamos dentro de nuestra amistad.
—¡Adiós! Estás totalmente corrompida, Sofía —le contesté intentando ser seria, pero no soné así.
—Déjame dormir, cualquier cosa te llamo. Te quiero.
—Yo también te quiero. Adiós —colgué de inmediato la llamada.
Guardé el celular en el bolso. Empecé a caminar un poco más rápido ya que empezaba a pegarme el sol en el rostro, pero unas cuadras más adelante comencé a sentir ansiedad de repente.
—Ese demonio… ni siquiera sé cómo se llama. Y él está enterado hasta del lugar donde vivo, según el sueño. ¡Debería mudarme de inmediato! —iba hablando conmigo misma en voz alta mientras caminaba. —Mierda, fue mala idea venirme caminando. ¿Y si empieza a seguirme? Si me sigue se enterará donde vivo en caso de que aún no lo sepa con exactitud. Cálmate Angi, estás despierta —aquí tomé aire de forma audible—, no creo que pueda encontrarte. Él sólo aparece en sueños— intentaba convencerme de eso cuando escuché detrás de mí una voz masculina.
—¿Me llamaste?
—¡Oh, Dios mío! —articulé sin hacer ningún movimiento, pero congelándome en el lugar.
—No menciones ese nombre… no hables sobre él, cerca de mí mujer —me susurró en el oído y me recorrió un escalofrió por todo el cuerpo.
¿Qué te pasa Angi? —pensé. Respiré profundo y me di la vuelta ¡Dios! Ahí estaba el demonio enfrente de mí.
—¿Qué? —dije casi desmayándome del miedo. Intenté tomar el control de mí.
—No hables sobre el Innombrable. Me refiero a tu gran señor, eso me afecta emocionalmente —sonrió.
—¿Y tus cuernos? —pregunté. Mierda ¿qué hago preguntándole por sus cuernos? Debería pensar mejor las palabras antes de decirlas, siempre que estoy nerviosa peco de indiscreta.
En eso miré a los lados para ver si alguien nos observaba, pero nada, todo estaba normal. La gente caminaba sin prestarnos atención, aunque una que otra mujer que nos pasaba por el frente terminaban babeándose por el hombre que conversaba conmigo.
—¡Ah! ¿Los cuernos? ¿Los que tenía en el sueño? ¡Los corté! Duelen como la madre, pero es la única forma que tengo de no llamar la atención en tu despreciable mundo.
—¡La atención! —exclamé. Mi cara expresaba un: Sí, ¡cómo no!
El muy desgraciado llamaba la atención a kilómetros. Era puro músculo; su piel provoca tocarla y esas pestañas con su cabello negro hacen que el violeta de sus ojos brille aún más. Esos ojos los reconocería así estuviera a dos cuadras de distancia. Ni hablar de su color de piel, no es ni blanco, ni moreno, es café con leche, como dicen por aquí. Claro, no le dije nada de esto, tampoco quiero que el muy arrogante sepa que me gusta.
Jamás admitiré, que está como me lo pide el cuerpo ¡Punto para la bruja! —pensé y sin más se me salió una sonrisa. Él me sacó del examen visual que le hacía preguntándome:
—¿Qué me miras, mujer? —estaba muy sonriente.
Mierda, ya empecé a pensar más de la cuenta y me pilló.
—Nada —dije—, lárgate de aquí no quiero nada contigo.
—¿Acaso te gusto? —me preguntó, pero esta vez la sonrisa le llenaba todo el rostro.
¿Se habrá fijado que lo miré? Lo observé con mala cara.
—¡Claro que no! Bueno, me largo de aquí ya que tú no te vas.
—¡No te irás! ¡Ven acá! —me haló hacia él, hacia su cuerpo fornido. ¡Qué Dios me ayude! empezó a olerme el pelo y el cuello.
No estoy acostumbrada a este tipo de acercamiento con un hombre y mucho menos con alguien como él, hermoso y dominante.
—Hueles bien, mujer —arrastró las palabras.
Me le aparté como pude, hablándole en tono arrogante y tratando de parecer molesta, pero no puedo ser mentirosa conmigo misma. Me agradaba estar así cerca de él. Los hombres decididos son mi debilidad. Es lamentable que existan tan pocos en el mundo.
—¡Tengo nombre!
—Ah, ¿sí? Yo también tengo uno.
No quería reírme, pero me causó gracia como me refutó. Aunque sólo me limité a decirle:
—¡Qué gracioso! ¡Muy gracioso a decir verdad! —mientras le decía eso, el demonio sonrió como acostumbraba hacerlo, él sabía que era irresistible y no lo ocultaba.
—Claro que lo soy, pero me pondré serio. ¿Cuál nombre quieres saber? ¿El que uso hace más de quinientos años o el que tenía antes de morir e ir al infierno?
—¿Quinientos años? —grité. Creo que me empezaba a faltar el aire porque el mundo dio unas cuantas vueltas para mí.
—Sí, mujer, pero no grites, no quiero llamar la atención —aquí soltó una carcajada.
Permanecí en silencio, intentaba procesar lo que me acababa de decir.
—Dime, Angineé. ¿Cuál nombre quieres que te diga? —insistió aun sonriendo.
—Bueno, dime el que llevaste durante esos quinientos años. Total, creo que ni te acordaras de cuál fue el primero después de tantos años— le regalé una sonrisa para que viera que yo también tenía sentido del humor.
—¡Qué graciosa! —replicó entre una carcajada.
—Para que veas, yo también lo puedo ser… ahora dime tu nombre ¿o esperarás quinientos años más?
—Soy Lonhard —soltó airadamente, como muy orgulloso de llamarse así.
—Mucho gusto. Ya que nos conocimos puedes largarte y dejar mi vida en paz.
Di la vuelta, di sólo un paso y ¡qué coño! Volví a voltear para encararlo.
—Un momento. ¿Cómo es que sabes mi nombre?
—Me lo dijeron en una carta —su rostro se volvió mortalmente serio, hasta podría jurar que le cambió la voz.
Algo no le gustaba, podía verlo, así que decidí indagar.
—¿Quién te dio esa carta?
—El mismísimo Lucifer —el tono fue muy sombrío.
—Ah, ¿sí? —dije irónicamente—. Y yo soy un ángel bajado del mismísimo cielo.
—Lo pareces y hueles como uno —contestó sonriendo.
—Estás bien loco —mientras lo miraba para enfatizar el insulto me dejó sin aire ya que terminé observándolo detalladamente.
Estaba bellamente vestido, con un traje súper hermoso, combinaba un negro y gris. Su piel se veía limpia y llevaba el cabello peinado hacia atrás.
—¿De dónde sacaste esa ropa? ¿Por qué estás vestido así? En mis sueños tenías harapos —le pregunté mirándolo a los ojos.
Él me sostuvo la mirada por lo que pareció una eternidad, paras luego responderme:
—Soy rico.
—Te felicito, con quinientos años de vida ¿Quién no podría ser millonario?
—Te recuerdo que estaba en el infierno —me aclaró con lentitud y noté un pequeño tono de sarcasmo.
—¿Y qué quieres decirme con eso Lonhard? —pronunciar su nombre provocó algo en mí y ¡mil veces me lleva el diablo! Eso era mala señal —pensé. Angi deberías vivir más en la tierra, piensas mucho, me reclamé mentalmente.
Él sólo se me quedó mirando, miró hacia los lados para luego decirme con odiosidad:
—Nada, no es tu asunto. Tengo que irme, luego nos veremos.
Puso cara como si le doliera algo, como si escondiera algo. Subí y bajé los hombros en signo de demostrarle que no me importaba en lo absoluto su respuesta y le respondí irónicamente de forma desinteresada:
—¡Adiós! Por mí ni te molestes, sería feliz si no nos vemos nunca más.
Mis palabras me sonaron a mentira.
—Eso no será posible, bella mujer —contestó con media sonrisa, pero estaba tenso a la vez.
—Soy Angineé —le grité, quería que me dejara de decir así, se escuchaba tan machista.
—Sí, lo sé —y se fue. Cuando digo que se fue me refiero a que caminó varios pasos y desapareció entre la gente.
A estas alturas tenía el corazón a millón, éste amenazaba con atravesarme la caja torácica y salir rebotando por la acera.
No podía creer que él me hiciera reaccionar así, a pesar de que me dijo que me mataría en el sueño, tenerlo así de nuevo, no me dio esa misma impresión.
Es hermoso, ¡Mierda! ¡Ya lo admití! Pero al menos no estoy frente a él, ni me está escuchando. No, no, no, no debo pensar así de ese demonio, él debe matar por hobby, sería muy peligroso estar cerca de él. De repente me quede paralizada mirando mi reflejo en el vidrio de una de las tiendas que estaba cerca de mi apartamento.
¡Qué Dios me ayude, estoy despierta! ¡Esto no fue un sueño!