Vamos a poner las cartas sobre la mesa: los escritores no son dioses intocables, aunque a veces nos gusta pensarlo. Tienen una habilidad única para crear mundos enteros y transmitir emociones a través de sus palabras. Pero, ¿qué pasa cuando la sociedad se olvida de eso y comienza a juzgarlos por sus acciones personales en lugar de por su talento literario? Ahí es donde empezamos a desvalorizarlos.
Primero, pongamos las cosas en perspectiva. Los escritores, como todos, son humanos. Tienen defectos, virtudes, y sí, a veces toman decisiones cuestionables en su vida personal.
Sin embargo, eso no debería ser motivo para que la sociedad les pase la factura desvalorizando su trabajo literario. ¿Por qué? Porque la calidad de una obra no está determinada por si el autor es un santo o un desastre andante. Deberíamos concentrarnos en lo que nos ofrecen a través de sus libros, en lugar de andar fisgoneando en su vida privada para encontrar excusas para descartarlos.
Ejemplos Históricos de Desvalorización
La historia está llena de casos donde escritores han sido juzgados más por su comportamiento que por sus obras. Edgar Allan Poe, con su vida personal desordenada y su afición al alcohol, fue criticado hasta el hartazgo. Pero, ¿acaso sus problemas personales restan mérito a «El Cuervo» o a su influencia en el género de terror?
Oscar Wilde fue prácticamente crucificado por su homosexualidad y su estilo de vida bohemio. ¿Deberíamos ignorar «El retrato de Dorian Gray» por eso? Claramente, no.
Lo mismo ocurrió con escritoras como Jane Austen, que fue criticada por enfocarse en «asuntos domésticos» y no en temas «serios». Como si la vida de las mujeres no fuera digna de ser explorada literariamente.
Sylvia Plath también fue desvalorizada por ser demasiado «personal y emocional» en su poesía. Lo curioso es que esos mismos críticos que la condenaron probablemente fueron conmovidos en algún momento por la intensidad de sus palabras.
Inciso: Cuando Separar al Escritor de su Obra se Vuelve Imposible
Mira el video antes de continuar leyendo mi post, y entenderás por qué digo lo que digo…
Aunque es posible y en muchos casos recomendable separar al escritor de su obra, no siempre es así de sencillo. Hay situaciones en las que la conducta del autor es tan moralmente reprochable que resulta difícil, si no imposible, disociar su trabajo de sus acciones. Esto es especialmente cierto cuando el comportamiento del escritor se refleja directamente en su obra, de manera que glorifica o justifica actos que van en contra de principios éticos fundamentales.
Por ejemplo, cuando un autor utiliza su plataforma literaria para difundir ideologías de odio, justificar la violencia o perpetuar abusos, es prácticamente imposible separar la obra del individuo. Aquí, la línea entre el arte y la moralidad se vuelve borrosa, y es perfectamente válido que como lectores nos cuestionemos si queremos apoyar y consumir ese tipo de contenido.
En estos casos, el enfoque moral toma protagonismo. No se trata solo de disfrutar de una buena narrativa, sino de reflexionar sobre el impacto que esa obra y su autor tienen en la sociedad. El arte tiene poder, y con ese poder viene una responsabilidad. Por eso, hay ocasiones en las que, por más que quisiéramos, no podemos—y no debemos—separar al escritor de su obra. En estos casos, nuestra conciencia y nuestros valores deben guiar nuestra decisión de continuar o no apoyando a ese autor.
Este enfoque moral no es una censura al arte, sino un llamado a la reflexión sobre el tipo de mundo que queremos construir con las historias que decidimos consumir y promover. Es una postura que, aunque pueda parecer dura, es necesaria en un mundo donde las palabras y las ideas tienen un peso real y tangible.
Y no es por contradecirme, cada escritor puede escribir del género y tema/ trama que prefiera, ojito a esto.
Pero les guste o no, los lectores tienen moral, principios y mente cerrada:
Tomando esto como punto de partida, siempre habrá quien desista de leer tus libros solo por lo que piensa. Ejemplo; a mí la gente muy religiosa no me lee ni por asomo, según ellos escribo cosas del diablo y lo más probable «según ellos» es que se ganen el infierno solo por leer mis historias. ¿Es lógico? No, pero es respetable. Y debí aprender a vivir con eso.
Muy a pesar de que mis historias tratan sobre: el amor verdadero, las amistades sinceras y lealtades que trascienden las situaciones difíciles; y que cuentan con personajes que protegen y son fuertes y promueven la sinceridad… pues esos puntos positivos no importa cuando el potencial lector cree que escribo cosas que lo llevarán al infierno. ¿Ves, ese lado de la moneda? Es lo que hay.
Cómo ven este caso, dejan de leerme por lo que escribo y no por lo que yo hago en mi vida, pero quería mostrarle como nuestros prejuicios hacia algo, nos hace tomar distintas decisiones. Creo que el punto se explicó bien.
Conclusión: Deja que las Palabras Hablen
En resumen, desvalorizar a un escritor por su vida personal es una movida insensible y bastante miope. Es vital que separemos la obra del autor y nos enfoquemos en lo que realmente importa: la calidad literaria, la originalidad y el impacto emocional que nos deja. Criticar una obra por la personalidad de su creador no solo es injusto, sino que también nos priva de experiencias literarias valiosas.
Sin embargo, cuando las acciones de un escritor trascienden lo moralmente aceptable (como el video que mostré) y se reflejan en su obra de manera destructiva, es imposible ignorarlo. Ahí, nuestra responsabilidad como lectores nos obliga a cuestionar si queremos continuar apoyando tal contenido.
Muchos dirán: «No estás comprando su vida; estás comprando su arte», pero: el arte, querido lector, debe hablar por sí mismo, pero siempre bajo la lupa de nuestra conciencia.
Nos leemos luego… ♥